Las pilas

 

LAS PILAS

 

Patrimonio etnográfico y cultural popular: el lavadero de “Las Pilas”

Uno de los bienes inmuebles, que han caracterizado la vida y cultura de las mujeres de nuestro pueblo durante más de un siglo, tanto en el aspecto material, como social y espiritual, han sido “Las Pilas”.

Comienzo recordando que en el s. XVIII, se produce un aumento de la población, que continúa en el s. XIX, lo que genera hacinamientos y problemas de salud. La Desamortización de Mendizábal y la supresión de los señoríos, crean nuestro primer Ayuntamiento Constitucional, a partir del 1.837.

El gobierno municipal, presidido por el alcalde D. Juan Manuel Crespo, en sesión celebrada el 14 de febrero de 1.881, trató de las obras a realizar en nuestro pueblo: un cementerio nuevo, cárcel, hospital, carnicería y reloj para el Ayuntamiento. Como sobraban fondos, propuso que se dedicarían a labrar “otro nuevo local con 12 pilas”, que proporcionara al vecindario “la mayor comodidad posible y así evitar las salidas que hacían muchas familias a los arroyos de la población”, por la insuficiencia de pilas existentes. Ello nos demuestra su esfuerzo por mejorar la calidad de vida y favorecer la higiene personal y doméstica. Un azulejo reciente fecha el primer lavadero en 1.863, aunque ya el Diccionario de Madoz (1.845/50) nos habla de un lavadero “aprovechando la fuente de cuatro caños que había al final de la calle principal, en dirección al camino de Palma del Río.”

El lugar era ideal para optimizar recursos, el agua que salía de la fuente era aprovechada para abastecimiento, abrevadero, lavadero y para regar un huerto. Debemos puntualizar que el término “pilas” es el más utilizado en los países hispanoamericanos, frente a “lavaderos” término usual, aquí en España.

El conjunto está formado por 30 pilas, dispuestas en un espacio de 103 metros cuadrados útiles (14,70 x 7), rodeado por un muro de 60 centímetros de espesor que, junto con “las pilas”, están realizados con fábrica de tapial, sillarejo y ladrillo-taco de 30X15. La solería estaba empedrada, aunque la hemos conocido muy deteriorada, actualmente luce cantos rodados de arroyo. Las pilas, de 70X100 útil, se distribuyen en dos series paralelas, formando una jota invertida, con canalización de abastecimiento central y desagüe en el lado opuesto al abastecimiento, las que corresponden a la curva de la jota son trapecios isósceles, con mayor espacio que la pila estándar. En un principio tuvieron cubierta (nos atenemos a un acta capitular de finales del XIX, donde hace mención de: “arreglar la armadura o techumbre de los lavaderos”.) Probablemente el aspecto actual lo adquirieron en una remodelación producida en el primer tercio del siglo XX, favorecidos por las leyes a favor del bienestar público que promulgó Primo de Rivera.

Las mujeres que se beneficiaban de esta obra pública, vivían en casas muy humildes, carentes de pozos, espacios para lavar la ropa y alcantarillados aceptables. Se ocupaban de la colada propia o de la de otras familias más pudientes.

Adolfina Martínez, que frecuentó las pilas desde los 12 a los 31 años, recuerda con cariño vivencias entrañables para ella, con mujeres como: Sete “La Herradora”, Dolores Bernaza “La del Callejón”, “La Pepica”, “La Cajillas”, “Mercedes Castaño”, “Las Tarantas”, Juanita “La Merchines”, etc. También comenta cómo se veían mujeres de todo el pueblo, desde la calle Llana y el Castillo, hasta la calle del Pozo y el Tambor.

Como centro de encuentro, las pilas jugaban un importante papel social, y en ellas risas, cantos (como los de Juanita “La Merchines”), intercambios de impresiones, informaciones y chismes (“fulanita” está corriendo con “este”…), aliviaban la dureza de las condiciones de vida. También se pueden recordar anécdotas referentes a los desencuentros, originados por coger una pila o por comentarios.

Aquí, las mujeres, demostraban cada día fortaleza y coraje en una labor tan poco reconocida. En verano comenzaban a ocuparse las pilas desde las 3 ó 4 horas de la mañana, y en invierno estaban ocupadas hasta las 23 ó 24 horas, pues realizaban este trabajo con posterioridad a su jornada de aceituna.

A veces, se contemplaba la estampa de grupos de lavanderas con su delantal, cargando sobre las caderas, sus lavaderos (“refregadotes”) y sus canastos de varetas (varillas) de olivo, dirigiéndose calle arriba, calle abajo, para llevar la colada a sus destinos. Las mujeres que más frecuentaban las pilas mostraban una particular morenez provocada por las largas exposiciones al sol y, una fuerte callosidad en la zona palmar de la mano, a la altura del carpo.

Los materiales utilizados para realizar la colada eran:

-El lavadero, rectángulo de madera con canales labrados cada 2.5 centímetros y 1 centímetro de altura, donde se refregaba la colada, para favorecer la eliminación de la suciedad. En la parte anterior llevaba una madera clavada verticalmente, con una doble función: evitar que se moviera de la pila y no mojar la parte ventral de la mujer.

-La canasta, realizada con trenza de varetas de olivo, donde se transportaba la ropa, el jabón, las “ruillas”, el polvo de la ropa o polvo de “juano”, etc.

-Jabón, realizado con borras de aceite y barrilla (sosa cáustica), que era el detergente de la época.

-El polvo de la ropa o polvo de “juano” y las “clarillas” conseguidas con las cenizas de los restos del carbón vegetal de los anafes de las cocinas o de las copas (braseros), hacían las veces de lejía.

-“Ruillas”, trapos que a veces se colocaban en la cadera para transportar la canasta de ropa y tapaban los orificios de entrada y salida de agua de las pilas.

-Finalizamos recordando a los cubos de estaño y al agua de la lluvia, muy valorada por carecer de impurezas.

Las fases del lavado tenían una terminología específica y eran:

-En primer lugar, se vertía la colada en agua a la que previamente se había echado lejía (barrilla o sosa), sería “esmugrar”, el prelavado.

-A continuación, se enjabonaban las prendas y se refregaban.

-Seguidamente se escurría de la primera lejía y se echaba otra lejía. Si había ropa blanca se colocaba aparte y se le vertía un poco de añil, esparcido con una muñequilla de trapo.

-Por último, se enjuagaba, aclaraba u “hondeaba”. El proceso de la ropa de color ya estaba.

La ropa blanca precisaba otra lejía y al final se le daba el enjuagado o aclarado definitivo y se colocaba en el “pollete”, al sol para que ganara en blancura, (rehervir).

En la pared oeste contemplamos el “pollete”, de casi 10 metros de longitud y un metro de altura por la parte más alta. Bajo el mismo, está canalizada el agua de los caños que va, o bien a abastecer a las pilas, o directamente al desagüe. Comienza teniendo una anchura de 90 centímetros en sus 2,80 primeros metros y continúa con 50 centímetros el resto del mismo, con dos achaflanamientos antes de su final, que le hace perder 65 centímetros de altura, hasta bajar a la altura de las pilas. Se utilizaba para secar la ropa, ponerla al sol o como ya hemos indicado, para ganar en blancura.

Escribo esta colaboración con la intención de que, en adelante, toda persona que la lea, al pasar por este conjunto, impregnado de parte importante de muchas vidas, recuerde o imagine las escenas que ahí se han vivido y las comente a sus hijos, sus hijas, amistades y familiares que las desconozcan. Porque no hay mejor difusión y defensa del patrimonio de nuestro querido pueblo, que la que empieza por nosotros mismos.

Por todo ello, debemos ir concienciándonos de la necesidad de crear una asociación cultural que recopile todo lo relativo a la historia y tradición de nuestro pueblo, que defienda, proteja y difunda los valores culturales, urbanos, monumentales, humanos y medioambientales, e inste a las autoridades locales, autonómicas y nacionales a tomar medidas tendentes a solucionar los problemas, denunciando los atentados e incumplimientos. Me permito citaros a todos los interesados, el próximo 8 de agosto, viernes, a las 20 horas en los altos del Ayuntamiento.

José María Rodríguez Sorroche, 2.008.

 

 

 

 




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